sábado, 18 de septiembre de 2010

La mochila se ha quedado huérfana


Pues no sé vosotros qué pensaréis, pero a mí me ha entrado una gran tristeza al saber que se nos ha ido este gran hombre.
De adolescente, mis ídolos musicales pasaban por Paco Ibañez, Víctor Jara y José Antonio Labordeta. En el caso de los cantautores españoles, representaban el incipiente y valiente ala contestataria de un franquismo agonizante. Los que escuchábamos sus canciones vivíamos con el anhelo constante de un cambio en las realidades cotidianas, y eso que yo había vuelto en las postrimerías light de la dictadura, pero aún así sentía que me ahogaba el ambiente cotidiano represor de las más elementales libertades. De hecho recuerdo muy nítidamente aquel sábado en que la guardia civil irrumpió en el local donde los más revolucionarios, jóvenes y no tanto, del pueblo nos juntábamos a charlar, a tomar una merienda en un ambiente libre, distendido y alegre. No solamente nos echaron de allí con malos modos y algún que otro porrazo sino que nos clausuraron el local. Recuerdo, para aquellos que nacieron ya en democracia, que en aquella época no era legal estar más de equis personas juntas, ya fuera en la calle (no existía el derecho de manifestación) o en locales cerrados. Y para alguien que se había criado en una democracia muy asentada en donde las libertades individuales o colectivas ni siquieras eran puestas en duda, me chocaba profundamente no vivirlas de manera natural; de ahí mi instinto contestatario y revolucionario.
Recuerdo también aquellas tardes escuchando los discos (de vinilo, traidos precisamente de Francia, como omuchísimas otras cosas prohibidas en estos pagos) de estos cantautores memorizando y cantando las letras que reclamaban libertad. Se me ponen los pelos como escarpias cuando recuerdo aquel Canto a la libertad... "habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga libertad..." Una maravilla... un himno honesto y reivindicativo de todos los que pensamos que cualquier represión es un acto de injusticia sinsentido y cobarde.
Posteriormente, seguí atentamente sus andanzas por rincones de nuestro país y ahora que el destino me ha traido a tierras aragonesas, yo también me siento un poco huérfana de este político que supo poner a caldo a los diputados más absurdos con sus "A la mierda!".
D.E.P.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Lecturas de verano (3)



La lectura de este pequeño libro (en número de páginas) pero grande en emociones contenidas ha sido uno de los momentos claves de este verano.
Ya conocía a la autora por varios libros suyos que saboreé y que todavía conservo vivos en mi memoria: "Je voudrais que quelqu'un m'attende quelque part", "Ensemble, c'est tout" y ahora este. También lo "adopté" en una "brocante" bretona. Y es que las cosas no ocurren por casualidad. En realidad, nada es casualidad. Todo está perfectamente sincronizado y las cosas o las personas llegan a nosotros en el momento justo, en la situación adecuada, cuando más lo necesitamos. Cuando sentimos que nos falta, que nos vendría bien precisamente eso, aunque no lo reconozcamos, no lo sepamos conscientemente siquiera... Y entonces es cuando se presenta ante nosotros, y fingimos sorpresa, pero sé muy bien que no valen muestras de sorprenderse por algo que sabíamos a ciencia cierta que iba a llegarnos.
Lo que en principio se presenta como la historia de un abandono (marido deja plantado a su esposa por otra mujer más joven) se convierte a las pocas páginas en la confesión de un hombre maduro que siente que ha errado en una de las decisiones más duras y complejas de su vida y se lamenta por ello. Este hombre y esta mujer son respectivamente suegro y nuera. Y por espacio de un par de días, ambos irán desgranando lo que les supura el corazón y el alma. Ira, incredulidad, rabia, la mujer. Desazón, añoranza, tristeza, el hombre.
Con la excusa de pasar un fin de semana en la casa de campo de los suegros, Pierre, el padre del marido intentará consolar a Chloé, que se convierte en espectadora de un relato de otro tipo de abandono. Sí, su historia podría haber acabado como la de Pierre. Pero, como bien le dice el suegro, su hijo tomó la decisión adecuada en el momento correcto, mal que le pese a Chloé, que dolida, y casi sin escuchar el fondo de la historia se lamenta, herida en su orgullo de mujer.
Chloé le echará en cara su mal papel de padre, sus ausencias, su mediocridad, su dificultad para mostrar sus sentimientos. Y es entonces cuando Pierre comienza el relato estremecedor de un hecho que veinte años atrás le marcó para el resto de su vida. Entonces, es Chloé quien escucha sin pestañear, absorbida y a la vez atónita ante ese hombre que creía sin corazón, sin sentimientos, sin humanidad.
Pierre conocío, por el bies de su trabajo, a una mujer joven, vitalista y encantadora que le hará transformarse en alguien diametralmente opuesto a lo que hasta ese momento había sido. Había llevado hasta ese momento una vida sin altibajos, aburrida, encajado en una rutina que abarcaba todos los aspectos de su vida. Con su esposa, vivía una cotidianeidad soporífera, sin pasión, sin valentía para abandonarla. Confiesa a Chloé que no se atrevió a dejar a su esposa por aquella joven que insufló a su apacible existencia un brío nunca antes imaginado. Con aquella joven, saboreó la vida en toda su extensión. Supo lo que era la pasión, el verdadero amor, sentirse joven de nuevo y dar rienda suelta a las emociones, aún las más elementales y básicas. Algo que nunca antes, ni nunca después, había podido expresar. Pierre hará una verdadera "limpieza" de sus heridas no cerradas con esta confesión. A lo largo de las páginas, asistiremos a un presente melancólico que nos sumerge en un pasado atormentado y en la cual la verdadera historia se encuentra mál allá, en una pasión nostálgica llena de dolor, donde la desilusión oprime el corazón.
Pero Pierre no tuvo la valentía de dejar todo para vivir la felicidad con ella y no pasa día en su, de nuevo aburrida existencia, sin que lo lamente agriamente. Y de eso trata precisamente el libro, de oportunidades perdidas, de flechazos no escuchados. Vivimos alegremente, en la tranquilidad de una vida simple, cuadriculada, sin historias y de pronto, el flechazo nos abate impunemente. Lo inteligente ha sido siempre medir las consecuencias de los actos, pero cuando se ama, con mayúsculas, no se mide nada. Aquél que mide no puede afirmar que ame o haya amado verdaderamente. Que aquél o aquella que no se haya enamorado nunca pase de largo de esta novela.
Trata sobre el miedo al compromiso, del miedo a una decisión fallida y de la fuerza de los sentimientos. Es la historia de una cruel falta de arrojo, de una cobardía ordinaria (no exagero si afirmo que los hombres pecan más de cobardía y debilidad en cuestiones amatorias); la historia de dos enamorados (ella, todavía de su marido traidor y él, del recuerdo de lo que pudo ser y no fue). Es el reflejo de los momentos mágicos que en la mayoría de los casos ocurren sólo una vez en la vida y que hay que tener la valentía de encarar, consumir sin moderación o ignorar para conservar una existencia basada en la repetición de días, los unos iguales a los otros, sin altibajos, con la armadura que nos protege de las emociones. Y el sufrimiento posterior es tan grande que no cabe en las palabras, como decía la canción. Más de uno se reconocerá en esta historia, que no es tan ficción como se podría imaginar y le despertará muchos recuerdos. Si algo creo que provoca su lectura no es precisamente indiferencia.
Siempre he creído a pies juntilla aquello de "mejor dolerse por haberse equivocado al tomar una decisión que lamentarse porque no se tomó en su momento". ¿Es la vida lo suficientemente corta como para arruinarla porque nos asusta lo desconocido? ¿Cuántas ocasiones de ser felices se nos presentarán a lo largo de nuestra existencia? ¿Cuál es el precio de la felicidad? ¿Es por cobardía o por honestidad por lo que se renuncia a una pasión? Dejo ahí la reflexión y que cada cual haga su examen de conciencia para conocer el balance de su propia vida.
P.D. las tres últimas páginas son las más intensamente dramáticas que he leído en mucho tiempo. No pude evitar dejar escapar un par de lágrimas.


lunes, 30 de agosto de 2010

Lecturas de verano (4)

En realidad esta lectura es una re-lectura, ya que ya la había leído años atrás. Pero cayó en mis manos y me dije que no estaría mal volver a leerla.

"Une vie" de Guy de Maupassant cuenta la historia de Jeanne, una jovencita ingenua que ha vivido la mitad de su corta vida en un convento, alejada de la realidad. Al cumplir 17 años, es reclamada por sus padres, unos aristócratas que parecen vivir en una perpetua luna de miel. Al salir de ese ambiente aséptico, neutro e irreal se dará de bruces con la realidad. La idea que tiene sobre el amor está originada por lecturas románticas que idealizan las relaciones entre hombres y mujeres y con esa idea en mente se lanza a los brazos del primer hombre que responda a ese patrón.

Feliz por salir del convento, descubre la vida, o la idea que para ella debería tener la vida (casarse con el amor de su vida y pasar el resto de su vida al lado de él, siendo felices y comiendo perdices; tal es el esquema mental que le ha quedado tras la lectura de libros de amores idílicos). Unos padres cariñosos, protectores, no podrán retenerla frente a lo que ella considera el gran amor. Su encuentro con Julien la marca profundamente pero él está muy lejos de ser un personaje recomendable. Tras un breve noviazgo, se celebra la boda con ese hombre del que se siente profundamente enamorada pero del que desconoce casi todo. La escena de la noche de bodas es significativa, emocionalmente hablando. La candidez de la muchacha se lleva un buen varapalo, frente a la experiencia que demuestra tener el recién casado en materia carnal. Y es ahí precisamente cuando ella se da cuenta de que a partir de ese momento, su vida, la vida por ella soñada, se reducirá a un aburrimiento mortal. Con veinte años, y sin nada más que hacer sino vegetar al lado de un hombre que muy pronto se cansa de ella y la engaña esa misma noche de bodas con la criada. El marido infiel se revela también avaro, frío, duro... Y Jeanne añora su vida inocente del convento. ¿Qué esperar de la vida ahora que ya consiguió todos sus sueños?

A partir de ese momento, la melancolía lo invade todo, las primeras desilusiones, el aburrimiento, el distanciamiento de su marido y el descubrimiento brutal de la infidelidad más abyecta cuando sorprende a su marido en la cama de su criada. Muy pronto queda embarazada y su nuevo estado le servirá de excusa para volcar su atención en algo concreto. El hijo se convertirá en su única razón de vivir, llevando su amor de madre hasta extremos insanos. De hecho convertirá a ese hijo en un ser hiperprotegido, caprichoso, voluble y tirano. Mientras tanto, el marido multiplicará sus infidelidades hasta el día de su muerte, causada por el marido despechado de la amante que los descubre y que se toma la justicia por su mano.

La vida continua en ese castillo frío y cada vez más vacío porque el tiempo transcurre y los padres van pasando a mejor vida. El hijo de mamá va creciendo y se convierte en un jugador sin escrúpulos que frecuenta muy malas compañías, como no podía ser de otra forma, dilapidando la fortuna familiar y sumiendo en la desesperación a la madre que cada día se encuentra más hundida anímicamente. El final tan inesperado como insólito sorprenderá a más de uno.

Esta es en síntesis la historia de Jeanne, pintada maravilosamente por Maupassant, que describirá con lujo de detalles su declive personal y degradación psicológica. Aunque se puede afirmar sin ápice de duda que la vida de la gran mayoría de las mujeres de este convulso siglo XIX no difería mucho de de la relatada por el autor. Aunque la búsqueda del amor ideal y de la felicidad tampoco es tan diferente de los tiempos actuales. En realidad, el obtetivo de la esta que fue la primera novela de su autor no es contar una simple anécdota o una historia individual de una mujer de la alta burguesía francesa sino la condición moral de la mujer que no puede evitar ser una esclava de sus propias circunstancias; un simple objeto pasivo y pasajero del marido; un vulgar elemento decorativo que se convierte poco a poco en un ser alienado y desencantado de su propia existencia. Si se hace con una mente abierta de nuestros tiempos nos removerá las tripas, deseando secretamente que Jeanne se revuelva contra su marido, contra las convenciones sociales, contra su situación de pasividad. Porque en realidad el objetivo del autor no es otra que, a través del relato, convertirnos en la protagonista, contagiarnos de sus emociones, sus vivencias y sus reacciones, sufrir sus decepciones y sus angustias y, aunque en raras ocasiones, hacernos partícipes de raros momentos de felicidad y plenitud. Y quedarnos con la última frase de la novela que resume sabiamente la esencia de mismo: "La vida, sabe usted, no es nunca ni tan buena ni tan mala como se cree".

domingo, 29 de agosto de 2010

Lecturas de verano (2)


Otro de los libros leídos (en este caso, casi, casi, devorado) en los indolentes días estivales ha sido uno cuya lectura me ha impactado sobremanera. Cayó en mis manos por casualidad (¿existen las casualidades?). Lo encontré, al igual que una docena más, en una de esas brocantes que suelo frecuentar cuando voy a Francia.
No había leído antes nada de Sartre, aún conociendo su fama de filósofo estandarte del existencialismo, pero ya que había caído en mis manos este librito, me dije que qué mejor ocasión para acercarme a sus palabras que ésta. Así que me sumergí vorazmente en su lectura y el resultado es que no solamente me ha gustado mucho, sino que intuyo elementos de similitud (salvando las distancias, claro está) con mi propia infancia y mi aproximación y conocimiento de la magia de las palabras.
Al igual que yo hice con cinco o seis años, Sartre descubre el mundo a través de sus lecturas. Recuerdo nítidamente cómo, los miércoles por la tarde, cuando no había cole, mis hermanas y yo nos acercábamos al bibliobus para devolver los libros prestados la semana anterior. Los cambiábamos por otros que devorábamos de la misma forma; y así, semana tras semana, casi como un rito.
Como decía Sartre descubre el mundo, no por su confrontación a él, que fue un niño muy sobreprotegido, sino a través del mundo que intuye en sus lecturas, básicamente de aventuras (Dumas, Mérimée, Maupassant, Flaubert...). La breve familia que le rodea y está constantemente con él, compuesta por su madre y sobre todo la figura de su abuelo le infundirán la consciencia del poder y de la libertad y le acercarán, y casi le obligarán a escribir él mismo sus propias historias.
Cierto es que hay páginas en las que Sartre aparece como un niño caprichoso, soberbio (los que le rodean tienen gran parte de culpa) y que se siente muy por encima de los demás, el centro del mundo; pero también se nos muestra la cara más humana del personaje, aquel más auténtico, más humano en su relación con la madre y el abuelo. En unos pasajes, se nos antoja egoísta repelente y en otros, nos invade una inmensa compasión; un ejemplo muy significativo viene representado por la escena en la que cuando, junto a su madre, se encuentra en el parque y se acerca a unos niños que juegan, proponiéndoles unirse a ellos. La profunda herida que le supone ser rechazado le marcará el resto de su vida y sufrirá mucho por ello. Poulou (como le llaman en su familia) vivirá esta experiencia como el aprendizaje de la "diferencia", y que le empujará a refugiarse definitivamente (hasta que llegue al collège y socialice con otros chicos) en los libros.
Esta autobiografía nos muestra el Sartre más desconocido, más entrañable. Y nos induce a pensar que el Sartre adulto (que ya ha recibido -y rechazado- el Nobel) que revisita su infancia no le guarda ningún rencor, muy al contrario. Lo presenta con cariño, casi con ingenuidad y en ocasiones, usando de la ironía, se permite frivolizar con determinados aspectos que no le gustan, como su propio físico.
Con un estilo muy descriptivo de sus estados de ánimo, sus pequeñas miserias, sus triunfos en la vida, sus relaciones con el entorno, va recorriendo los años vividos en la infancia hasta los once años y nos adentramos en una intimidad familiar e intelectual del futuro filósofo, inaccesible de otro modo. Y esto lo hace en dos bloques fundamentales que ha denominado, muy significativamente: "lire" y "écrire" (leer y escribir). Más claro, imposible.
Su lectura me ha resultado cautivante, no solamente por las constantes referencias filosóficas que ilustran a la perfección los contextos vividos, sino también por el tipo de relato elegido: la primera persona, que otorga autenticidad al relato. Entiendo que uno de los grandes temas subyacentes al mismo es la crítica soterrada que Sartre hace a su abuelo. Sin hacerlo directamente, el futuro filósofo muestra a un abuelo que en todo momento dirige su vida. El libro no es sino una forma de exorcizar, a través de numerosos recuerdos, el "infierno" que el abuelo le ha hecho pasar, impidiéndole de alguna forma vivir una infancia "normal". De hecho, el pequeño Jean-Paul no hacía sino "actuar" para que los demás pensaran que era un niño "dócil" y maleable, sólo con el propósito de no contrariar a la madre o al abuelo. Confesión o simple justificación, parece que el libro sirva para expiar sus pecados y comportamientos futuros. Finalmente, una lección de humildad...
Pero volvamos a las "palabras", al amor de las palabras. La genialidad de autor se dibuja en cada frase, en cada una de las exposiciones de situaciones, de emociones, de circunstancias, de divagaciones expuestas. Confieso que lo he leído muy sugestionada por mis propias experiencias infantiles con respecto a mi descubrimiento de las mismas. Por eso es por lo que me costó muy poco imbuirme de ese espíritu; mis dos pasiones también son leer y escribir, y al igual que Sartre, me siento siempre muy insegura de lo que escribo porque temo no llegar al nivel de los "grandes", de los clásicos, de los que quedarán en el Olimpo de los escritores Inmortales: "Longtemps j'ai pris ma plume pour une épée, à présent je connais notre impuissance". Frases escritas, rehechas una y mil veces...
Un libro imprescindible para los enamorados de las palabras, que no de los libros. Un libro bello donde los haya, para paladear cada una de sus páginas, para releer y disfrutar a solas de las reflexiones de este filósofo que supo hacernos comprender las subtilidades del ser humano en sus limitaciones.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Lecturas de verano (1)

Confieso que cada vez leo menos. O menos de lo que me gustaría. Mis frecuentes viajes al país galo me hacen regresar con un puñado de títulos en el equipaje, de lo que se ha publicado recientemente y, desgraciadamente y cada vez más a menudo, las obligaciones, el trabajo, la casa y las responsabilidades me hace postergar sine die su lectura. Con lo cual la pila de libros sin leer aumenta de trimestre en trimestre. Yo que me leía durante la carrera entre cinco y siete novelas al mes (más por imposición que por placer) he visto reducida drásticamente esa cifra, a pesar de las ansias de leer que nunca me han abandonado. Nada iguala al placer que procura la lectura de un buen libro.

Por eso, durante el verano, cuando las susodichas responsabilidades se van reduciendo (o las reduzco yo directamente) aprovecho el dolce far niente para sumergirme en las historias que me han estado esperando. Y este verano me ha regalado días enteros de lectura y de historias todas interesantes e instructivas: "Une vie" de Maupassant, "Je l'aimais" de Anna Gavalda, "Les mots" de Jean Paul Sartre, "L'élégance du hérisson" de Muriel Barbery... que iré comentando una a una.

Comenzaré por la última lectura que tengo muy fresca en la memoria.
"L'élégance du hérisson" presenta a dos personajes principales que todo separa pero que tienen en común el relato que cada una de ellas (porque se trata de dos personajes femeninos) hace de sus vivencias. Alternando los capítulos por tipo de escritura según sea una u otra, van desgranando percepciones de los hechos que cada cual vivirá a través se sus propios ojos. Comparten muy pocas cosas en común: ambas viven en el mismo edificio (una es la portera, la otra es la hija adolescente de una familia pudiente del mismo) y ambas son, a su manera, seres especiales, si por especial entendemos un no sometimiento a las normas de lo que se suponen roles estándar, de una adolescente de familia burguesa y una portera. Ambas también son poseedoras de una inteligencia fuera de lo común y ambas lo viven en una soledad involuntaria.
Pero, un momento. Por partes, como decía Jack el destripador...
Personaje número 1: la portera. La cincuentena, de aspecto bastante vulgar, poco comunicativa, y cuando lo es, su carácter huraño deja bastante que desear. Viuda, dedica su tiempo a leer a Kant, a Marx y diversos tratados de estética, filosofía e historia, amén de literatura clásica, que incluye a Tolstoy (de hecho, su gato se llama León), cuya "Ana Karenina" se sabe casi de memoria.
Personaje número 2: la adolescente. Doce años, hija de burgueses muy acomodados y que lleva una cuenta atrás del tiempo que le queda antes de acabar con su vida. Escribe un especie de diario con reflexiones sobre lo que detesta de su familia y de la gente que como ellos (padre, madre y hermana) viven en "una pecera". Por su forma de expresarse y el tipo de ideas que desarrolla, pasaría perfectamente por una mujer de... una cincuentena de años? Mira, qué casualidad, la misma edad de la portera. Menos mal que el relato de la nena está en cursiva, que si no, casi podría confundirse lo escrito. Bromas aparte, mal veo que una niña de esas caracterísitcas haga ese tipo de reflexiones. Lo dicho, inverosimil.
El relato está hecho en primera persona para ambos personajes. Y a través de ese relato, se construyen los personajes. Unos mismos hechos, traducidos a palabras, en función de la mirada de cada uno de estos seres que se salen de los esquemas tradicionales que se le suponen. Pero el devenir de la historia se desvía por derroteros a ratos inverosímiles, a ratos laberínticos (las pajas mentales de tipo filosófico de la autora son evidentísimos en ciertos párrafos/páginas - recordemos que Muriel Barbery es profe de filosofía-), y a ratos también muy aburridos, todo hay que decirlo. Cuando más me iba adentrando en la novela, más deseaba que terminara. Y más me aburría, desgraciadamente, a pesar de que la síntesis de la historia en la tapa trasera del libro prometía un tema original e interesante.
Hay en la novela, básicamente, tres temas principales: las teorías (supuestamente) marxistas, que nos presenta el discurso de la portera con su lucha de clases, una buena dosis de denuncia del materialismo más salvaje... Los ricos son los malos, superficiales y fatuos (excepto el personaje del japonés, que en ese caso es muy incomprensiblemente cool) y los obreros son los únicos que hacen funcionar la sociedad, y por ende el mundo. La inteligencia: Hay numerosas páginas que nos hablan de la felicidad, pero la felicidad a través del hedonismo que se vive por el conocimiento de la propia superioridad intelectual de las dos heroinas. Cada una de ellas piensa, y ambas están convencidas, que su inteligencia/cultura/sobredotación intelectual está en el origen de su estado de beatitud y autosuficiencia frente al mundo. El arte: nos muestra la autora un verdadero catálogo de ideas que versan sobre la estética y la belleza a través de la pintura (holandesa, básicamente), pero también del cine clásico japonés y de la literatura rusa.
La lectura del libro se hace, en general, sin grandes dificultades. A ratos, hasta se hace amena e incluso agradable. Pero peca en demasía de sintaxis recargada, barroca hasta decir basta. Si no hubiera tanta profusión de retórica filosofal, casi se le perdonaría la poca verosimilitud de la historia. He echado de menos detalles en la historia que hable de humanidad; las relaciones entre los diferentes personajes que habitan el inmueble son frías, distantes, medidas, protocolarias, estandarizadas y asépticas. Nada que nos muestre al ser humano con sus debilidades, su grandiosidad ni sus miserias.
La historia no avanza de verdad hasta que entra en escena un personaje un tanto exótico: el japonés muy zen, muy cool, extrañamente amable, disponible, y lo suficientemente culto y rico para entrar a formar parte del "selecto club" cuyos socios más ilustres son la portera y la chavala que sueña con quitarse de enmedio. Pues menos mal, porque con tanta descripción, tanta divagación filosófica, ya se empieza una a desesperar. No desvelaré nada del final tan inesperado como inverosímil (y van...) pero señalaré que un par de días después vi la película que con algunos cambios se ha realizado. Y francamente, me ha gustado mucho más.
La novela no es una obra maestra, aunque intuyo que nació con ínfulas de serlo. De hecho, cuando se publicó, fue un auténtico éxito de ventas. Pero eso no garantiza su calidad como relato.Lo dicho, una decepción. Algo le ha fallado en la dosificación de los ingredientes a la receta propuesta por la autora que hace que su digestión sea pesada. Es lo que tiene mezclar dos registros con una gran dosis de arrogancia. Justo como cuando va uno a un macdonald, hambriento, esperando degustar un plato exquisito. Que no solamente se sale con más hambre que entró sino que termina asqueado y con el estómago revuelto.

lunes, 23 de agosto de 2010

Carnac

Diseminados por todo el territorio bretón, se hallan unos yacimientos megalíticos. Pero esto es especialmente significativo en la zona de Carnac. Hay menhires (piedras largas plantadas en el suelo en vertical) y dólmenes (piedras planas colocadas sobre dos piedras verticales a modo de "tejado"). Según las investigaciones arqueológicas, algunos de estos yacimientos se remontan hasta 8000 años A.C. lo que acredita asentamientos de poblaciones sedentarias.

Existen muchas teorías acerca de la utilidad que se le daba a estos alineamientos, porque alguna utilidad han debido tener. Al parecer, desde el aire, se observan estas rocas perfectamente alineadas que además se extienden más allá de la orilla del mar, cuando las costas no tenían la misma origrafía que tienen actualmente. Y es que tienen una colocación muy concreta. Cada fila de menhires se termina por un hemiciclo o un cículo llamado "crom'lech". Además cada alineamiento está orientado hacia un punto determinado: hacia el punto en el que nace el sol en el solsticio de invierno, o hacia el equinoccio o también hacia el del solsticio de verano.
Para algunos investigadores, estos alineamientos significan lo que los calendarios para nosotros.

Los dólmenes tienen quizás menos misterio. Investigaciones han demostrado que servían básicamente de monumentos funerarios. Algunos son muy grandes: después de atravesar un largo pasillo se llega a un espacio dividido en cámaras funerarias.
Y yo me sigo preguntando... ¿Cómo es posible que en aquellos tiempos pudieran mover piedras de semejante tonelaje (algunas pesan entre 20 y 30 toneladas)?


Locronan

Este encantador pueblo, no muy lejos de Quimper ha servido de escenario para algunas películas. Un par de ellas de las más conocidas son "Tess" de Polanski y "Un long dimanche de fiançailles" con Audrey Tautou. Es como una joyita que los habitantes intentan conservar en las mejores condiciones. Baste decir que todo el cableado de luz, teléfono y gas está soterrado. Además al entrar al pueblo, al que no se puede acceder en coche, hay que dejar el vehículo en un gran parking y abonar unos derechos de acceso. Es aconsejable llegar a primera hora de la mañana porque más allá de las once se convierte en un maremagnum de gente que te impide no sólo hacer fotos, sino apreciar la belleza de estas callejuelas empedradas y sus casas de granito.





Iglesia de San Ronan (en bretón, el nombre de Locronan significa "loc" (lugar) y "ronan" es el nombre del santo que al parecer llegó al pueblo primero y lo fundó).